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Habla Menos, Influye Más

June 1, 2025 Natalia Curonisy

Photo by Shubham Pawar on Unsplash

La sala de juntas parecía un tambor: cuanto más fuerte lo golpeaban, más hueco sonaba. ¿Es que aún hay personas que creen que se gana autoridad con gritar?

¿Por qué confundimos volumen con valor?
Esta pregunta nos persigue desde tiempos antiguos. Sócrates, el maestro de la mayéutica, jamás alzó la voz para enseñar. Su método consistía en hacer las preguntas correctas, en crear espacios de silencio donde las ideas pudieran germinar. Él entendía algo que hoy parece haberse perdido: que la sabiduría genuina susurra, no grita.

Hay un espejismo poderoso en el trabajo: confundir volumen con liderazgo. Cuando alguien monopoliza la palabra, el resto encoge sus ideas. Lo dijo con agudeza Adam Grant: "Las personas que dominan la conversación a menudo tienen menos que decir."

Platón nos alerta sobre la caverna: el ruido interno puede hacernos confundir sombra con verdad. Leonardo Polo propone una apertura real: abandonar el límite de la propia mirada para dejar entrar al otro. En la práctica moderna, los equipos que cultivan seguridad psicológica—donde es seguro disentir—aprenden más y corrigen antes. ¿El patrón común? Silencio intencional que habilita al pensamiento.

La neurociencia moderna confirma lo que los filósofos intuían: nuestro cerebro procesa mejor la información en momentos de calma. Los estudios de la Universidad de Rochester demuestran que las pausas estratégicas en una conversación aumentan un 40% la retención de información. El silencio no es vacío; es el espacio donde las ideas cobran vida.

La idea es sencilla y exigente: el liderazgo se construye con la calidad del silencio que ofrece, no con la cantidad de palabras que impone. El líder que habla al final, que sintetiza con justicia y da crédito primero, convierte una reunión en una máquina de descubrir la verdad.

Crecer en escuchar implica tres actos concretos:

  1. Ritual de escucha: antes de opinar, formula dos preguntas que clarifiquen y una que eleve el nivel (“¿Qué estoy pasando por alto?”).

  2. Orden de cierre: resume ideas ajenas con precisión, valida disensos y recién entonces comparte tu posición.

  3. Diseño del juego: rota la facilitación, agenda minutos de silencio para pensar y pide notas previas anónimas; premia la evidencia, no el volumen.

Porque la gente no sigue al que grita más, sino al que piensa mejor con otros. Así se gana autoridad sin gritar.

El silencio que escucha es el que dirige.

Para tu próxima reunión, envía una pregunta previa, define un “hablo al final” para ti y agenda 90 segundos de silencio antes de concluir. Luego evalúa: ¿quién habló que antes callaba?, ¿qué idea surgió gracias a ese espacio?

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