Viktor Frankl en: "El hombre en busca de sentido"

En realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros”.

Recordando el nacimiento de Viktor Frankl un 26 de marzo de 1905, comparto mis notas sobre una de sus más célebres obras y uno de mis libros favoritos "El hombre en busca de sentido". En sus memorias, él psiquiatra austriaco sobreviviente del Holocausto, nos cuenta que su espantosa experiencia en Auschwitz  le enseñó una de las finalidades primordiales de la vida: la búsqueda de sentido que tuvieron que sostener los que sobrevivieron. Es una historia real que nos hace reflexionar sobre las prioridades que ponemos en nuestra vida, a qué cosas llamamos dificultades y cuáles son los temores más grandes que nos limitan a vivir con intensidad y agradecidos de lo que tenemos.

Esta increíble obra nos narra uno de los mejores testimonios sobre la tenacidad del espíritu humano; Frankl refleja con humana sutileza su devastadora experiencia en Auschwitz, describiendo con precisión la capacidad de bondad o maldad que cabe en el corazón del hombre. Narra los acontecimientos con la imparcialidad de un simple testigo, sin emitir juicio, y sin sentimientos de venganza.  Nos narra una experiencia de vida devastadora que los convirtió en "hueso y pellejo de hombre" donde su única expectativa se limitaba a salvar la vida. Extenuados, consumidos, enfermos, congelados, con hambruna.  Condiciones que explican algunos comportamientos...:

...con un hambre atroz, yo mismo una vez, saque', escarbando en la tierra congelada, un pequeñísimo pedazo de zanahoria con las uñas. En Kaufering, no me desnudé. En invierno, también dormíamos sobre el frío suelo con los zapatos puestos, sobre el piso de los barracones. Recuerdo cuánto disfrutaba cada pequeña ración de calor. No tenía tiempo para ir a las letrinas, así que solía orinarme encima de la ropa y aprovechaba el calor que aquello me proporcionaba después de haber trabajado en el exterior, donde hacía un frío terrible. Incluso en la cola del rancho me orinaba encima como si escupiera en el té caliente...

Para Frankl la búsqueda del sentido proviene de tres posibles fuentes: trabajar con un propósito, el amor y la fortaleza cara a la dificultad.

Al examinar cómo se "intensifica la vida interior" que ayudó a los prisioneros a mantenerse vivos, considera el poder trascendental del amor: Frankl escribe que el amor es el único camino para arribar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. “Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama”.

El amor trasciende a la persona física del ser amado y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. Que esté o no presente esa persona, que continúe con vida o no, de algún modo pierde su importancia.

Frankl nos relata cómo descubrió el sentido más profundo que le proporcionaba el amor por su esposa, en esos momentos que desconocía si ella seguía con vida o no, pero que lo ayudaron a mantener la esperanza:

Durante kilómetros caminábamos a trompicones, resbalando en el hielo y sosteniéndonos continuamente el uno al otro, sin decir palabra alguna, pero mi compañero y yo sabíamos que ambos pensábamos en nuestras mujeres. (...) mi mente se aferraba a la imagen de mi esposa, imaginándola con una asombrosa precisión. Me respondía, me sonreía y me miraba con su mirada cálida y franca. Real o irreal, su mirada lucía más que el sol del amanecer. En ese estado de embriaguez nostálgica se cruzó por mi mente un pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante sabiduría de los pensadores y de los filósofos: el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor.

Al trabajar como psiquiatra para los reclusos, Frankl descubrió que uno de los factores más importantes que permitía a los hombres sobrevivir, era restablecer la fortaleza interior enseñándoles a proponerse una meta futura, un objetivo concreto que diera sentido a la vida.

Siempre que se presentaba la menor oportunidad, era preciso infundirles un porqué — un objetivo, una meta—  a sus vidas, con el fin de endurecerles para soportar el terrible cómo de su existencia. ¡Pobre del que no percibiera algún sentido en su vida, ninguna meta o intencionalidad y, por tanto, ninguna finalidad para vivirla: ése estaba pedido!

Para aquellos que no encontraban algún sentido, la respuesta típica con la que rechazó cualquier razonamiento que pretendiera animarle fue: “Ya no espero nada de la vida”¿Qué tipo de respuesta se puede dar a eso?

Debemos aprender por nosotros mismos, y también enseñar a los hombres desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros. Dejemos de interrogarnos sobre el sentido de la vida y, en cambio, pensemos en lo que la existencia nos reclama continua e incesantemente. Y respondamos no con palabras, ni con meditaciones, sino con el valor y la conducta recta y adecuada. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea, cumplir con las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada instante particular.

Esas obligaciones y esas tareas, y consecuentemente el sentido de la vida, difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de forma y manera que resulta imposible definir el sentido de la vida en términos abstractos. Jamás se podrá responder a las preguntas sobre el sentido de la vida con afirmaciones absolutas. “Vida” no significa algo vago o indeterminado, sino algo real y concreto, que conforma el destino de cada hombre, en un destino distinto y único en cada caso singular. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino. Tampoco se repite ninguna situación, y cada una reclama una respuesta distinta. Una situación, en ocasiones, puede exigirle al hombre que construya su propio destino realizando determinado tipo de acciones; en otras, le reportará un mayor beneficio dejarse inundar por las circunstancias, contemplarlas y meditarlas, y entresacar los valores pertinentes. Y, a veces, la existencia demandará del hombre que sencillamente acepte su destino y cargue con su cruz. Cada situación se diferencia por su unicidad irrepetible, y para cada ocasión tan sólo existe una respuesta correcta al problema que plantea.

Sobre el agradecer, “otra de las herramientas para el alma en la lucha por la sobrevivencia", Frankl escribe:

Agradecíamos el más insignificante de los alivios. Nos conformábamos con tener tiempo para despiojarnos antes de ir a la cama, aunque en sí mismo eso no supusiera ningún placer, pues implicaba estar desnudos en un barracón con carámbanos colgando del techo. En esas condiciones aún nos felicitábamos si no sonaban las alarmas y la luz permanecía encendida mientras duraba la operación.

(…)

Los verdaderos placeres positivos escaseaban, hasta los más pequeños. Recuerdo haber llevado la contabilidad de los placeres diarios y en el espacio de varias semanas recoger tan solo dos momentos placenteros.

Frankl desafía cuidadosamente la suposición de que los seres humanos son invariablemente moldeados por sus circunstancias. Él escribe:

Las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, alguno heroicos; también comprueba cómo algunos eran capaces de superar la apatía y la irritabilidad. El hombre puede conservar su reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física.

(…)

Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino—  para decidir su propio camino.

(…)

Dostoyevski dijo en una ocasión: "Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos". Estas palabras acudían continuamente a mi mente cuando conocí a aquellos auténticos mártires cuya conducta, sufrimiento y muerte en el campo fue un testimonio vivo de que ese se reducto íntimo de la libertad interior jamás se pierde. Puede afirmarse que fueron dignos de su sufrimiento: el modo cómo lo soportaron supuso una genuina hazaña interior. Y es precisamente esta libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido.

Si alguna vez hubiera una lista de lecturas universales esenciales para nuestra vida, El hombre en busca de sentido estaría sin ninguna duda dentro de ella.